Un complicado diciembre y nuestras dudas, nos hicieron dejar pendientes algunas cosas el pasado año. Entre ellas cruzar el umbral del Restaurante Tondeluna.
Para vencer la incertidumbre, ésta vez vestimos la ocasión como celebración personal. Qué mejor lugar que uno amparado por un gran nombre, en este caso Francis Paniego, para darle merecida importancia a un momento dado.
Alentados también por lo referido en un comentario a la entrada "De nuevo en Marinée logroño", evitamos ésta vez posicionarnos frente a la carta, decididos de antemano a probar el menú Atondelunado. Tal y cómo nos referían en ese comentario, por 25 € (Pan y bebidas aparte), una pareja puede probar cinco platos diferentes y dos postres. Así en función de la bebida elegida básicamente, el menú puede rondar los 30-35€ por persona.
Siguiendo el índice de nuestras reticiencias y dudas, afirmo nuevamente que éste restaurante es un espacio diferente a cualquiera de los que nos podemos encontrar en la ciudad de Logroño. Esto ya es de por sí, un elemento que puede inclinar la balanza hacia la elección de éste espacio gastronómico como destino.
En respuesta a nuestra duda a cerca de la presencia o no de los cocineros en sus segundos, terceros e incluso muchas veces enésimos restaurantes, hemos de decir que nosotros sí encontramos a Francis Paniego llevando la batuta de su equipo en los fogones. Y fue una sorpresa agradable. Además nuestra ubicación, practicamente enfrente de la cocina vista de la que dispone el local, nos permitió observar sus movimientos.
Decir que también al uso de éstos renombrados chefs, él mismo salió en varias ocasiones a preguntar a sus comensales sobre distintos efectos de la comida o sobre su comodidad.
Respecto a la estética e inmejorable ubicación en pleno paseo del Espolón, sigo considerando que el aspecto interior resulta un poco frio. A pesar de haber conocido el trasfondo de algunos detalles de la decoración, como por ejemplo, que la sucesión de lamas móviles que cubre la pared izquierda hasta el fondo del local, representa la variación cromática de los bosques de la aldea de Ojacastro de la que el restaurante toma su nombre: Tondeluna. Y que esas bancadas que nos parecían mesas de un comedor escolar son en realidad mesas de cata al uso, sobre las que las lámparas que las acompañan pueden regularse en altura para facilitar la evaluación de los caldos.
Pero más importante que el aspecto estético, o el hecho de compartir mesas con otros comensales, que puede gustar más o menos, es a nuestro criterio la falta de ergonomía de sus sillas. Terribles, al menos para gente alta. Pequeñas, con repaldos minúsculos... Igual un traumatólogo especiaizado en problemas de columna las considera maravillosas, pero a nosotros particularmente, nos dieron la comida.
Decíamos también que la duda final y más importante que siempre nos asalta en estos locales de renombre, es la de pagar y quedarnos con hambre. Y la verdad es que con hambre no salimos, y que además tampoco fue tan caro: 10 € más que en un restaurante medio por el capricho de comer en el restaurante de un cocinero de tanto prestigio, y encima al lado de casa, no es dinero.
En el aspecto gastronómico salimos un poco frios, que no decepcionados.
Elegimos tomar para dos el menú atondelunado, que te permite elegir cinco platos de la carta para compartir sin ningún tipo de restricción.
Tomamos como entrantes:
Yogur de queso de Tondeluna con confitura de tomate y mazana verde. Bien clasificado en la propia carta dentro del apartado "Lo bueno si breve....". Bueno sí y breve también, quizás demasiado breve esa espuma de queso etérea por su mínima densidad.
Croquetas, de la categoría "Me tienes frito" avaladas por la receta de la conocida y premiada madre del cocinero: Marisa, la del Echaurren. Su bechamel finísma, punto indiscutible; su sabor muy suave, muy, muy suave. Y con escasos tropiezos. No causaron todo el furor que debieran.
Arroz ligado a modo de rissotto con láminas de sepia, del apartado "Metiendo la cuchara". No nos hizo mucha gracia, y nos hizo abrir el debate a cerca de la presencia o no de Bovril en este plato, y de su uso indiscriminado en las salsas con sabor a "hongos y boletus" de demasiados restaurantes. Los Epicureos, sin embargo, destacaron este plato entre su selección de platos.
"De la Mar", comimos Cocochas de Bacalao al Pil Pil sobre patatitas. Muy buenas y una ración abundante. Y "de la Tierra" Secreto de ibérico a la plancha con pimientos verdes fritos y sofrito de ajetes. Servido troceado y con los acompañantes a modo de salsa. Bueno, pero sin más.
De postre uno realmente bueno: Tosta templada con queso, manzana y helado de miel. Hay que probarlo. (Es parecido a uno de los postres de la Posada del Laurel de Préjano) y una Torrija con helado de queso fresco y sopa de vainilla bien pero sin más.
Copa abundante de vino Rioja Melquior 3€. Gran comercial el que distribuya este vino, que se deja ver mucho últimamente.
No es un lugar del que salir con la boca abierta, pero la experiencia, por su precio, se puede recomedar.
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